martes, 10 de junio de 2014

Nos pagaron con rollos de película fotográfica

Para la última pasada del Cometa de Halley, 1985-1986, tres profesores de la Escuela de Física de la U.C.R., Daniel Azofeifa, Alejandro Sáenz y un servidor, José Alberto Villalobos, conformamos un proyecto de Acción Social ante la Vicerrectoría respectiva. 
Creo que se llamaba “Divulgación de eventos astronómicos”, que daba al grupo un total de 10 horas de carga académica, un asistente, algunos recursos como papelería y otras menudencias.
En los meses antes del último perihelio de ese cometa (9/2/1986) y  cerca de la fecha del punto más cercano a la Tierra, dimos muchas charlas en instituciones y grupos diversos. 

Recuerdo haber conversado con niños pequeños de kínder, de escuelas primarias y de colegios.
En el aula 102 del edificio F-M, nos reuníamos casi todos los miércoles, un grupo de aficionados a la astronomía (Carlos Beer, Víctor Fung y otros...), que eventualmente fundamos la Asociación Costarricense de Astronomía (ACODEA), en 1988.


Me suscribí a la revista Sky & Telescope, casi la única fuente de información que teníamos (Daniel recibía Astronomy). Además a veces podíamos comprar algún libro nuevo y estudiar con los que había en la Biblioteca Carlos Monge de la U.C.R., que tenían información solo de la pasada anterior (1910).

De diciembre de 1985 a marzo 1986 escribía cada semana, un reporte sobre el cometa que enviaba a los periódicos. Con alguno de todos tenía suerte y lo publicaban. Desde luego sin fotos, las imágenes (mapas) eran hechas a mano y quizás eso no les agradaba mucho a los diarios, pero éramos su única fuente local.
Recuerdo además que fuimos a entrevistas en algunas radioemisoras y a la televisión.
Tasco 132T.

Tanto que una vez un colega que tenía oficina al frente, un día que leyó una publicación de un periódico nos dijo; “tan necesitados están de publicidad”, cuando lo recuerdo, me pregunto qué trató de decirnos.


No soy uno de esos aficionados a la astronomía que con satisfacción pueden decir: “yo desde chiquito, mi papá salía conmigo a observar el cielo,…”. 

Quizás solo a finales de 1965 miré casualmente el Cometa Ikeya-Seki, porque tenía que levantarme muy temprano para trasladarme al trabajo en el Liceo Rodrigo Facio. En los años siguientes, mi actividad principal estuvo bajo techo y de día.

Pero en mayo de 1985, mi amigo Carlos Loaiza, que era el profesor de Fundamentos de Astronomía, convocó a una reunión en el aula 306 y nos informó sobre la inminente pasada del Cometa Halley, yo asistí y creo que me entusiasmé.

En julio de ese año hice un viaje a Estados Unidos y de regreso en el aeropuerto de Miami compré un telescopio Tasco ($150), catadióptrico con f= 600 mm y una apertura de 60 mm. Diseñado para colocarse altacimutalmente (como trípode de cámara) sobre una mesa, con tres patitas que se acoplan a la base.
Dichosamente en esa época, el jefe del taller en la Escuela era Henry Mcghie Boyd y el mecánico de precisión que podía hacer lo que fuera con torno y fresadora era Francisco Vargas. A ellos se les ocurrió  hacerle un soporte para montarlo sobre un trípode de topografía que estaba semi-abandonado en la bodega y así convertirlo en un instrumento portátil para uso en el campo. 


Este trípode resultó tan bueno que luego aguantó un Celestron C-8, gracias a una nueva montura que me hizo otro amigo, Luis Salas, también mecánico de precisión y aficionado a la astronomía, cofundador de ACODEA. El trípode estuvo conmigo hasta el 2005, cuando la madera  de las patas sucumbió un día que observaba en Palo Verde, Guanacaste.

Puedo decir que con esa reunión que promovió don Carlos Loaiza en 1985, con el “juguetito” Tasco, la ayuda de Mcghie, Vargas y otros amigos colegas de la Escuela y de ACODEA, inicié mi afición y carrera autodidacta sobre Astronomía y aún no se me quita.

Bueno, pero por qué el título de la entrada.
Resulta que en abril de 1986, nos contactó una agencia de viajes para pedirnos si podíamos dar una guía astronómica sobre el Halley a un grupo de turistas gringos. Dijimos que sí, en el Volcán Irazú. El viaje inició en la madrugada, con San José algo nublado, con lluvia por Potrero Cerrado, pero a la altura de San Juan de Chicuá el cielo se despejó y pudimos realizar la observación satisfactoriamente en el estacionamiento del cráter, que en ese tiempo era de libre acceso.


Por esa época estaba de moda firmar contrato de dedicación exclusiva con la U y nos tenían “asustados” sobre no recibir ningún tipo de pago de otra fuente.
A los gringos se les ocurrió agradecernos con algún tipo de pago (la agencia de viajes solo nos transportó y... muy bien gracias).
Entonces nos pareció que podían compensarnos con rollos de película fotográfica. Yo recibí unos cinco, ASA (ISO) 400, que usé para tomar fotos de campos de estrellas, con una Pentax K1000, totalmente mecánica, que me duró hasta el 2001, cuando la dejé olvidada en Tejona, Guanacaste.
Todo el evento alrededor del Halley  ha sido uno de mis mejores recuerdos acad
émico-profesionales y con amigos.

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